Este artículo, es la tercera parte del texto base de una conferencia impartida por Pedro Arrojo,profesor de economía y Premio Goldmann de Medio Ambiente, en la Universidad de la plaza, del 15M de Huesca.
Esta serie de artículos comienza con, '¿A qué crisis nos enfrentamos?', que puedes leer en este enlace. La segunda parte se tituló Cambio de época. Hacia una nueva prosperidad. La serie continuará en este mismo blog en sucesivas entradas.
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[Con Firma] Acabar con la opacidad del sistema financiero y los paraísos fiscales. ¡Piensa global y actúa local y globalmente! (3ª parte)
Por Pedro Arrojo Agudo, profesor del Dpto. de Análisis Económico de la Universidad de Zaragoza
El autor recuerda que éste es un texto en elaboración y por tanto agradecerá todo tipo de aportaciones que se pueden dirigir al correo arrojo[arroba]unizar.es
4 - El Decrecimiento
Sostenible como clave de esa nueva “Prosperidad”
Una alternativa
conceptual frente a la desmesura irrealizable del “crecimiento sostenido e ilimitado” es la del “decrecimiento sostenible”. Desde esta línea de pensamiento no se
pretende dar marcha atrás al desarrollo económico o tecnológico, sino asumir,
desde un marco democrático, la
integración del inexorable carácter limitado del planeta en nuestro concepto de
prosperidad. Constatadas las
múltiples crisis de insostenibilidad
abiertas y la crisis de inequidad y
pobreza que desgarra nuestra sociedad global, se trata simplemente de hacer
un ejercicio de responsabilidad
democrática.
Resulta
moralmente indiscutible la necesidad de que el llamado tercer mundo y ese cuatro
mundo de miseria que vive marginado en el seno de los países del primer
mundo accedan, de forma efectiva, a mayores niveles de consumo en bienes y
recursos. Ese camino lo han iniciado ya, por cierto, millones de personas en
las llamadas potencias emergentes,
sin contar en principio con el permiso del primer mundo … Pero ello exigirá,
desde una actitud responsable y democrática, reducir nuestro nivel de consumo
en los países ricos y clases enriquecidas de los países pobres y en desarrollo.
Debemos afrontar en suma, un reto global de redistribución de rentas.
Desgraciadamente,
aunque hay experiencias de superación de la pobreza sumamente interesantes en
las economías emergentes, el modelo que preside esa emergencia no deja demasiado
espacio para el optimismo. Por ejemplo, el modelo chino, con políticas de
acaparamiento de tierras y recursos naturales, desarrollo de grandes
infraestructuras, etc…, en África y América Latina, no hace sino reproducir lo
peor de la competitividad mercantilista del capitalismo y del autoritarismo del
“socialismo real”, con el denominador común en ambos sistemas del crecimiento como dogma.
En la vieja
Europa, centro neurálgico de la presente crisis, el único escenario que se
ofrece es, en el mejor de los casos y dejando al margen la posible quiebra, un
largo proceso de recesión que impone, de hecho, una drástica reducción del
consumo. Se imponen, en niombre de la necesaria “austeridad”, brutales recortes en los derechos y servicios
sociales, al tempo que millones de personas se ven abocadas al paro, sin
protección y en condiciones de creciente pobreza. Sin embargo, no se abre proceso
autocrítico alguno que cuestione la mentalidad consumista ni las
desigualdades que, de hecho, tienden a crecer más con la crisis. Se nos explica
que debemos reducir nuestro nivel de vida y de consumo como condición
inexorable para poder relanzarlos de nuevo, cuando la senda del crecimiento
pueda reactivarse… Un planteamiento, en suma, continuista en el que brilla por
su ausencia el menor destello de conciencia crítica, ni frente al reto de la sostenibilidad ni frente al escarnio de
la injusticia social.
En el presente
contexto de depresión por recesión deberíamos hacer, como dice el
refrán, “de la necesidad virtud”. Para
ello es preciso entender y asumir algo que en el fondo es sencillo: en el
contexto europeo, para conservar las conquistas esenciales del llamado estado
del bienestar y mejorar incluso nuestro nivel de prosperidad (felicidad
individual y colectiva), no nos faltan capacidades, ni recursos; lo que
necesitamos es reordenar esas capacidades y recursos, promover una distribución
de rentas más equitativa y cambiar nuestra mentalidad consumista y competitiva.
Se trata de desarrollar un nuevo concepto de prosperidad democrática, realmente globalizable, vinculado con las claves de la felicidad y del bien vivir. Deberíamos, en suma,
aprovechar la crisis para promover una transición inteligente y justa hacia una
sostenibilidad democrática.
Deberíamos
asumir el reto de salir de la presente crisis
financiero-económica dando respuesta a la crisis de insostenibilidad, que condiciona y condicionará
inexorablemente cualquier alternativa. Tal y como sostiene Ridoux, debemos entender que la disyuntiva clave no está entre “crecimiento sostenido” o “decrecimiento sostenible”; sino que la
disyuntiva se perfila, cada vez de forma más clara, entre “decrecimiento sostenible” o “recesión”.
No se trata simplemente de consumir menos, cuestión que está ocurriendo de
hecho con la crisis, sino de diseñar un nuevo concepto de prosperidad basado en consumir
menos, los que consumimos más, repartir mejor renta y trabajo para, en última
instancia, disponer de más tiempo para gozar de la vida. Justo lo contrario
de lo que se nos propone como pretendida solución a la crisis: trabajar más los
que trabajan y retrasar la jubilación de los mayores, dejando sin trabajo a los
más jóvenes lo que, en definitiva, supone aumentar el paro y la desigualdad …
Una sociedad
que consuma menos no tiene por qué ser menos feliz, a menos que esté organizada
para perseguir la felicidad sobre la expectativa de consumir más. En realidad,
si lo pensamos bien, la perspectiva de tener que consumir menos desemboca en la
desgracia y en la quiebra social de la “recesión”,
no tanto por el hecho de vivir con menos, sino por la frustración de consumir
menos desde una mentalidad consumista. El reto de vivir felices con menos
consumo es más un reto cultural que económico.
Por otro lado,
deberíamos acabar con la obsolescencia
programada de la mayor parte de los productos industriales que usamos. El
mismo móvil, ordenador o bombilla pueden durar mucho más, con el mismo esfuerzo
productivo. Hoy se conocen, e incluso se justifican, en nombre del desarrollo
económico y del mantenimiento de puestos de trabajo, las estrategias
compartidas por las grandes firmas que fijan ciclos cortos de vida para la
mayor parte de los productos, desarrollando técnicas de márketing (que al
consumidor a comprar nuevos modelos aunque los anteriores sigan siendo válidos)
y a menudo incluso mediante estrategias de diseño que limitan la vida útil del
producto (evolución programada del software, chips de caducidad, …)
Por otro lado,
el “crecimiento sostenido” de una
parte de los que eran pobres hace poco (en China, India, Brasil, …) puede
transformarse, o bien en un desarrollo regional desigual, frágil y efímero, o
bien en la antesala de un colapso socio-ambiental de carácter global. Cambiar
las reglas del juego hacia un “crecimiento
progresivo limitado” de los países empobrecidos y en desarrollo, exigiría
una profunda reforma democrática del vigente orden internacional, que exigiría,
no sólo un liderazgo compartido de las grandes potencias tradicionales y
emergentes, sino también de una participación efectiva del resto de países. Si
eso no es posible, probablemente asistiremos a un progresivo colapso del
sistema a través de una crisis larga y dolorosa.
La Crisis:
¿tumor extirpable o metástasis financiera?
Cuando estalló
la crisis en EEUU en 2008, los mismos analistas que no habían sabido prever el
desastre, dictaron un diagnóstico benévolo, basado en los activos tóxicos
generados por malas políticas financieras y por especuladores sin escrúpulos…
Se trataba, por tanto, simplemente, de identificar, aislar y extirpar esos
tumores especulativos, y el sistema recobraría su capacidad de crecimiento.
Sin embargo,
la realidad ha venido demostrando que la cosa no era tan sencilla. De hecho, la
inyección de 700.000 millones de dólares del erario público en EEUU, para
neutralizar activos tóxicos, de 400.000 millones de libras esterlinas en Reino
Unido, y de cantidades proporcionales en los diversos países del Primer Mundo,
no han permitido recuperar la capacidad crediticia de esas entidades privadas.
Y no sólo estamos hablando de unos cuantos especuladores irresponsables sin
escrúpulos, sino de los más “solventes” banqueros a nivel internacional. En
este contexto, asistimos a un colapso de préstamos interbancarios por
desconfianza mutua en los respectivos niveles de solvencia real de unos y
otros, así como al bloqueo del crédito hacia las actividades productivas. Todo
ello confirma una generalizada conciencia sobre la propia vulnerabilidad, aún
entre los que se presentan como solventes, que desemboca en una fundada y
generalizada desconfianza en la solvencia de los demás.
A mi entender,
sería el momento (nunca es tarde si la dicha es buena…) de pasar revista
crítica a los resultados de esa liberalización global de los negocios financieros
que nos ha llevado a generar esa descomunal burbuja financiera. El monopolio de
los Estados para crear papel-valor,
en forma de moneda, bajo el control de instituciones internacionales, se ha
abierto a las instituciones financieras en forma, no de moneda, sino de
múltiples productos financieros con continuas transacciones internacionales que
han quedado fuera de un control público efectivo por parte de los Bancos Centrales y de las Instituciones Económico-Financieras
Internacionales.
No obstante, esta
evidente falta de transparencia y de control público efectivo sobre el sistema financiero no explica, ni menos
justifica, la ceguera de estas instituciones reguladoras ante los riesgos que
han desembocado en la presente crisis financiero-económica. La sombra de
complicidad por parte de estas instituciones y de los propios gobiernos,
empezando por los más poderosos, va más allá de la sospecha. Pero, a mi
entender, la punta del iceberg más evidente de esa complicidad política con la
opacidad del sistema financiero e incluso con el crimen organizado (aunque
suene duro…), a niveles nacionales e internacionales, es la existencia
indiscutida e incuestionada de los Paraísos
Fiscales.
Tal y como reflexiona acertadamente el profesor Enric Tello, resulta cada vez
más claro que la crisis financiera es
uno de los resultados catastróficos de esas políticas de desregulación del
sistema, lideradas durante dos largas décadas, entre 1987 y 2006, por el que
fue presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, Alan Greenspan. Sin
embargo, tal y como subraya Tello,
algunos economistas sensatos advirtieron que esa “ingeniería financiera”, con la que Wall Street cautivó al mundo rico, era la semilla de un desastre
anunciado. La lista incluye premios Nobel de economía como Maurice Allais, Joseph Stiglitz, Paul Krugman, o incluso John Kenneth Galbraith con su obra La
economía del fraude inocente, publicada poco antes de morir. Destacan
también las advertencias del especulador George
Soros, o las consideraciones de Warren
Buffet, uno de los hombres más ricos del mundo, que calificó esas
estrategias de ingeniería financiera
como «armas de destrucción masiva»…
Todo ello me
lleva a concluir que el benévolo diagnóstico del “tumor extirpable” debe tornarse en un diagnóstico de metástasis financiera que amenaza
colapsar el sistema económico, al tiempo que degrada de forma inaceptable la
democracia, relegando a Gobiernos y Parlamentos a simples gestores de las
órdenes y presiones de los llamados “mercados”,
en plena vorágine especulativa.
El sistema
financiero ha dejado de cumplir un papel instrumental al servicio de la
economía productiva y del desarrollo social, para transformarse en un negocio especulativo en el que la
inmensa mayoría de los movimientos de capital, de facto, están lejos de
perseguir objetivos productivos, y menos aún objetivos sociales. Hemos
permitido que el sistema financiero haya pasado, de ser un instrumento para
dinamizar objetivos económicos y sociales, a ser el centro del poder, del que
dependen hoy el sistema económico e incluso las instituciones políticas que
deberían gobernar nuestra sociedad, desde una, cuando menos pretendida,
legitimidad democrática.
El modelo neoliberal imperante ha venido
mitificando las capacidades del “libre
mercado”, en términos generales. El objetivo de incentivar la eficiencia, no sólo ha oscurecido y
eludido la consideración de valores sociales y ambientales, sino que ha
oscurecido también el análisis empírico de los pretendido beneficios económicos
de la desregulación financiera. Por
otro lado, la creciente desigualdad con el consiguiente desequilibrio de poder
efectivo entre los actores económicos y políticos, unida a la opacidad de ese
espacio global, desregulado y pervertido por todo tipo de prácticas ilegítimas,
con los paraísos fiscales como parte visible del iceberg, nos han llevado a un marco
en el que hablar de “libertad”, a trasvés del mercado, es a lo sumo una broma
de mal gusto…
Sería momento
oportuno para hacer un balance de los costes y beneficios aportados a la economía
mundial por esa liberalización financiera
que, en principio, debería hacer fluir capitales hacia las actividades
económicas más eficientes, dinamizando la actividad económico-productiva.
De entrada, la
liberalización de mercados y del flujo de capitales ha tenido como uno de sus
impactos más relevantes la deslocalización
productiva al amparo de incentivos de dumping
social y ambiental.
Pero más allá
de esas perversiones y sus demoledores impactos, que cuestionan por sí mismas
la pretendida eficiencia de esas políticas desreguladoras, se constata
empíricamente que lo más rentable para el capital financiero no ha sido
producir más y mejor sino especular en un sistema globalizado que es cualquier
cosa menos transparente. Ello explica que la inmensa mayoría de las
transacciones financieras se hayan producido y se produzcan al margen de la
lógica productiva.
Por otro lado,
los paraísos fiscales, lejos de suponer un espacio marginal de la globalización
financiera, se han transformado en un espacio central de grandes movimientos de
capital en el que confluyen e interactúan ”libremente” firmas y negocios
legales con negocios ilegales de carácter criminal, con el trafico de drogas y
de armas como estrellas que marcan las referencias de máxima rentabilidad. Sería
interesante valorar hasta qué punto esos negocios criminales no están marcando
la referencia del coste de oportunidad
del capital en esos pretendidos “libres mercados” globales …
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ContinúaEste artículo de la serie "Acabar con la opacidad del sistema financiero y de los paraísos fiscales" (que reúne el texto base de la conferencia del mismo título ofrecida por Pedro Arrojo, profesor de economía y Premio Goldmann de Medio Ambiente, en la Universidad de la plaza, del 15M de Huesca), continúa en "Entre el colapso y la recesión prolongada" .
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ContinúaEste artículo de la serie "Acabar con la opacidad del sistema financiero y de los paraísos fiscales" (que reúne el texto base de la conferencia del mismo título ofrecida por Pedro Arrojo, profesor de economía y Premio Goldmann de Medio Ambiente, en la Universidad de la plaza, del 15M de Huesca), continúa en "Entre el colapso y la recesión prolongada" .
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