Atenas sigue su ritmo ajena al motivo de nuestro viaje. Una de las
cosas que más sorprende es la aparente normalidad de la ciudad y de su
puerto, el Pireo al que siguen llegando ferrys repletos de turistas. Sin
embargo, en los muelles E1, E2 y E3 malviven 3000 personas en
condiciones infrahumanas.
Familias enteras,
incluyendo bebes y ancianos, procedentes de Siria, Afganistan, Irak e
Iran se enfrentan a una vida de incertidumbres en el puerto. La vida
allí es extremadamente dura: sin agua corriente, con letrinas
insuficientes e insalubres, y durmiendo en pequeñas tiendas de campaña
sobre el asfalto o en viejas dependencias portuarias abandonadas.
No
es difícil ponerse en la piel de una persona que lleva meses en
tránsito por diferentes países habiéndose jugado la vida en el mar, sin
posibilidad de ducharse sin ropa para cambiarse. Vimos gente que llevaba
un solo zapato y una chaqueta atada al otro pie, un niño que tenía que
andar para atrás para no tropezar con los trozos que le quedaban de las
suelas, niños muy pequeños deambulando descalzos sobre el asfalto. En el
puerto lo único que reciben es algo de ropa donada y la ayuda solidaria
de unos pocos grupos de voluntarios organizados, sin ningún apoyo
institucional. La falta de infraestructura es tal que la comida se
reparte bajo la lluvia y la ropa se amontona en contenedores metálicos.
A pesar de ello la gente mantiene la calma y un civismo del que ningún gobierno está a la altura.
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