martes, 7 de agosto de 2012

¿Decrecimiento sostenible para una nueva "prosperidad? (Acabar con la opacidad del sistema financiero y los paraísos fiscales. III)


Este artículo, es la tercera parte del texto base de una conferencia impartida por Pedro Arrojo,profesor de economía y Premio Goldmann de Medio Ambiente, en la Universidad de la plaza, del 15M de Huesca.
Esta serie de artículos comienza con, '¿A qué crisis nos enfrentamos?', que puedes leer en este enlace. La segunda parte se tituló Cambio de época. Hacia una nueva prosperidad. La serie continuará en este mismo blog en sucesivas entradas.

 

 

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[Con Firma] Acabar con la opacidad del sistema financiero y  los paraísos fiscales.  ¡Piensa global y actúa local y globalmente! (3ª parte)
Por Pedro Arrojo Agudo, profesor del Dpto. de Análisis Económico de la Universidad de Zaragoza

El autor recuerda que éste es un texto en elaboración y por tanto agradecerá todo tipo de aportaciones que se pueden dirigir al correo arrojo[arroba]unizar.es


4 - El Decrecimiento Sostenible como clave de esa nueva “Prosperidad”

Una alternativa conceptual frente a la desmesura irrealizable del “crecimiento sostenido e ilimitado” es la del “decrecimiento sostenible”. Desde esta línea de pensamiento no se pretende dar marcha atrás al desarrollo económico o tecnológico, sino asumir, desde un marco democrático, la integración del inexorable carácter limitado del planeta en nuestro concepto de prosperidad. Constatadas las múltiples crisis de insostenibilidad abiertas y la crisis de inequidad y pobreza que desgarra nuestra sociedad global, se trata simplemente de hacer un ejercicio de responsabilidad democrática.

Resulta moralmente indiscutible la necesidad de que el llamado tercer mundo y ese cuatro mundo de miseria que vive marginado en el seno de los países del primer mundo accedan, de forma efectiva, a mayores niveles de consumo en bienes y recursos. Ese camino lo han iniciado ya, por cierto, millones de personas en las llamadas potencias emergentes, sin contar en principio con el permiso del primer mundo … Pero ello exigirá, desde una actitud responsable y democrática, reducir nuestro nivel de consumo en los países ricos y clases enriquecidas de los países pobres y en desarrollo. Debemos afrontar en suma, un reto global de redistribución de rentas.

Desgraciadamente, aunque hay experiencias de superación de la pobreza sumamente interesantes en las economías emergentes, el modelo que preside esa emergencia no deja demasiado espacio para el optimismo. Por ejemplo, el modelo chino, con políticas de acaparamiento de tierras y recursos naturales, desarrollo de grandes infraestructuras, etc…, en África y América Latina, no hace sino reproducir lo peor de la competitividad mercantilista del capitalismo y del autoritarismo del “socialismo real”, con el denominador común en ambos sistemas del crecimiento como dogma.
En la vieja Europa, centro neurálgico de la presente crisis, el único escenario que se ofrece es, en el mejor de los casos y dejando al margen la posible quiebra, un largo proceso de recesión que impone, de hecho, una drástica reducción del consumo. Se imponen, en niombre de la necesaria “austeridad”, brutales recortes en los derechos y servicios sociales, al tempo que millones de personas se ven abocadas al paro, sin protección y en condiciones de creciente pobreza. Sin embargo, no se abre proceso autocrítico alguno que cuestione la mentalidad consumista ni las desigualdades que, de hecho, tienden a crecer más con la crisis. Se nos explica que debemos reducir nuestro nivel de vida y de consumo como condición inexorable para poder relanzarlos de nuevo, cuando la senda del crecimiento pueda reactivarse… Un planteamiento, en suma, continuista en el que brilla por su ausencia el menor destello de conciencia crítica, ni frente al reto de la sostenibilidad ni frente al escarnio de la injusticia social.

En el presente contexto de depresión por recesión deberíamos hacer, como dice el refrán, “de la necesidad virtud”. Para ello es preciso entender y asumir algo que en el fondo es sencillo: en el contexto europeo, para conservar las conquistas esenciales del llamado estado del bienestar y mejorar incluso nuestro nivel de prosperidad (felicidad individual y colectiva), no nos faltan capacidades, ni recursos; lo que necesitamos es reordenar esas capacidades y recursos, promover una distribución de rentas más equitativa y cambiar nuestra mentalidad consumista y competitiva. Se trata de desarrollar un nuevo concepto de prosperidad democrática, realmente globalizable, vinculado con las claves de la felicidad y del bien vivir. Deberíamos, en suma, aprovechar la crisis para promover una transición inteligente y justa hacia una sostenibilidad democrática.
Deberíamos asumir el reto de salir de la presente crisis financiero-económica dando respuesta a la crisis de insostenibilidad, que condiciona y condicionará inexorablemente cualquier alternativa. Tal y como sostiene Ridoux, debemos entender que la disyuntiva clave no está entre “crecimiento sostenido” o “decrecimiento sostenible”; sino que la disyuntiva se perfila, cada vez de forma más clara, entre “decrecimiento sostenible” o “recesión”. No se trata simplemente de consumir menos, cuestión que está ocurriendo de hecho con la crisis, sino de diseñar un nuevo concepto de prosperidad basado en consumir menos, los que consumimos más, repartir mejor renta y trabajo para, en última instancia, disponer de más tiempo para gozar de la vida. Justo lo contrario de lo que se nos propone como pretendida solución a la crisis: trabajar más los que trabajan y retrasar la jubilación de los mayores, dejando sin trabajo a los más jóvenes lo que, en definitiva, supone aumentar el paro y la desigualdad …

Una sociedad que consuma menos no tiene por qué ser menos feliz, a menos que esté organizada para perseguir la felicidad sobre la expectativa de consumir más. En realidad, si lo pensamos bien, la perspectiva de tener que consumir menos desemboca en la desgracia y en la quiebra social de la “recesión”, no tanto por el hecho de vivir con menos, sino por la frustración de consumir menos desde una mentalidad consumista. El reto de vivir felices con menos consumo es más un reto cultural que económico.
Por otro lado, deberíamos acabar con la obsolescencia programada de la mayor parte de los productos industriales que usamos. El mismo móvil, ordenador o bombilla pueden durar mucho más, con el mismo esfuerzo productivo. Hoy se conocen, e incluso se justifican, en nombre del desarrollo económico y del mantenimiento de puestos de trabajo, las estrategias compartidas por las grandes firmas que fijan ciclos cortos de vida para la mayor parte de los productos, desarrollando técnicas de márketing (que al consumidor a comprar nuevos modelos aunque los anteriores sigan siendo válidos) y a menudo incluso mediante estrategias de diseño que limitan la vida útil del producto (evolución programada del software, chips de caducidad, …)
Por otro lado, el “crecimiento sostenido” de una parte de los que eran pobres hace poco (en China, India, Brasil, …) puede transformarse, o bien en un desarrollo regional desigual, frágil y efímero, o bien en la antesala de un colapso socio-ambiental de carácter global. Cambiar las reglas del juego hacia un “crecimiento progresivo limitado” de los países empobrecidos y en desarrollo, exigiría una profunda reforma democrática del vigente orden internacional, que exigiría, no sólo un liderazgo compartido de las grandes potencias tradicionales y emergentes, sino también de una participación efectiva del resto de países. Si eso no es posible, probablemente asistiremos a un progresivo colapso del sistema a través de una crisis larga y dolorosa.


La Crisis: ¿tumor extirpable o metástasis financiera?

Cuando estalló la crisis en EEUU en 2008, los mismos analistas que no habían sabido prever el desastre, dictaron un diagnóstico benévolo, basado en los activos tóxicos generados por malas políticas financieras y por especuladores sin escrúpulos… Se trataba, por tanto, simplemente, de identificar, aislar y extirpar esos tumores especulativos, y el sistema recobraría su capacidad de crecimiento.
Sin embargo, la realidad ha venido demostrando que la cosa no era tan sencilla. De hecho, la inyección de 700.000 millones de dólares del erario público en EEUU, para neutralizar activos tóxicos, de 400.000 millones de libras esterlinas en Reino Unido, y de cantidades proporcionales en los diversos países del Primer Mundo, no han permitido recuperar la capacidad crediticia de esas entidades privadas. Y no sólo estamos hablando de unos cuantos especuladores irresponsables sin escrúpulos, sino de los más “solventes” banqueros a nivel internacional. En este contexto, asistimos a un colapso de préstamos interbancarios por desconfianza mutua en los respectivos niveles de solvencia real de unos y otros, así como al bloqueo del crédito hacia las actividades productivas. Todo ello confirma una generalizada conciencia sobre la propia vulnerabilidad, aún entre los que se presentan como solventes, que desemboca en una fundada y generalizada desconfianza en la solvencia de los demás.
A mi entender, sería el momento (nunca es tarde si la dicha es buena…) de pasar revista crítica a los resultados de esa liberalización global de los negocios financieros que nos ha llevado a generar esa descomunal burbuja financiera. El monopolio de los Estados para crear papel-valor, en forma de moneda, bajo el control de instituciones internacionales, se ha abierto a las instituciones financieras en forma, no de moneda, sino de múltiples productos financieros con continuas transacciones internacionales que han quedado fuera de un control público efectivo por parte de los Bancos Centrales y de las Instituciones Económico-Financieras Internacionales.
No obstante, esta evidente falta de transparencia y de control público efectivo sobre el sistema financiero no explica, ni menos justifica, la ceguera de estas instituciones reguladoras ante los riesgos que han desembocado en la presente crisis financiero-económica. La sombra de complicidad por parte de estas instituciones y de los propios gobiernos, empezando por los más poderosos, va más allá de la sospecha. Pero, a mi entender, la punta del iceberg más evidente de esa complicidad política con la opacidad del sistema financiero e incluso con el crimen organizado (aunque suene duro…), a niveles nacionales e internacionales, es la existencia indiscutida e incuestionada de los Paraísos Fiscales.

Tal y como reflexiona acertadamente el profesor Enric Tello, resulta cada vez más claro que la crisis financiera es uno de los resultados catastróficos de esas políticas de desregulación del sistema, lideradas durante dos largas décadas, entre 1987 y 2006, por el que fue presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, Alan Greenspan. Sin embargo, tal y como subraya Tello, algunos economistas sensatos advirtieron que esa “ingeniería financiera”, con la que Wall Street cautivó al mundo rico, era la semilla de un desastre anunciado. La lista incluye premios Nobel de economía como Maurice Allais, Joseph Stiglitz, Paul Krugman, o incluso John Kenneth Galbraith con su obra La economía del fraude inocente, publicada poco antes de morir. Destacan también las advertencias del especulador George Soros, o las consideraciones de Warren Buffet, uno de los hombres más ricos del mundo, que calificó esas estrategias de ingeniería financiera como «armas de destrucción masiva»…
Todo ello me lleva a concluir que el benévolo diagnóstico del “tumor extirpable” debe tornarse en un diagnóstico de metástasis financiera que amenaza colapsar el sistema económico, al tiempo que degrada de forma inaceptable la democracia, relegando a Gobiernos y Parlamentos a simples gestores de las órdenes y presiones de los llamados “mercados”, en plena vorágine especulativa.

El sistema financiero ha dejado de cumplir un papel instrumental al servicio de la economía productiva y del desarrollo social, para transformarse en un negocio especulativo en el que la inmensa mayoría de los movimientos de capital, de facto, están lejos de perseguir objetivos productivos, y menos aún objetivos sociales. Hemos permitido que el sistema financiero haya pasado, de ser un instrumento para dinamizar objetivos económicos y sociales, a ser el centro del poder, del que dependen hoy el sistema económico e incluso las instituciones políticas que deberían gobernar nuestra sociedad, desde una, cuando menos pretendida, legitimidad democrática.
El modelo neoliberal imperante ha venido mitificando las capacidades del “libre mercado”, en términos generales. El objetivo de incentivar la eficiencia, no sólo ha oscurecido y eludido la consideración de valores sociales y ambientales, sino que ha oscurecido también el análisis empírico de los pretendido beneficios económicos de la desregulación financiera. Por otro lado, la creciente desigualdad con el consiguiente desequilibrio de poder efectivo entre los actores económicos y políticos, unida a la opacidad de ese espacio global, desregulado y pervertido por todo tipo de prácticas ilegítimas, con los paraísos fiscales como parte visible del iceberg, nos han llevado a un marco en el que hablar de “libertad”, a trasvés del mercado, es a lo sumo una broma de mal gusto…

Sería momento oportuno para hacer un balance de los costes y beneficios aportados a la economía mundial por esa liberalización financiera que, en principio, debería hacer fluir capitales hacia las actividades económicas más eficientes, dinamizando la actividad económico-productiva.
De entrada, la liberalización de mercados y del flujo de capitales ha tenido como uno de sus impactos más relevantes la deslocalización productiva al amparo de incentivos de dumping social y ambiental.

Pero más allá de esas perversiones y sus demoledores impactos, que cuestionan por sí mismas la pretendida eficiencia de esas políticas desreguladoras, se constata empíricamente que lo más rentable para el capital financiero no ha sido producir más y mejor sino especular en un sistema globalizado que es cualquier cosa menos transparente. Ello explica que la inmensa mayoría de las transacciones financieras se hayan producido y se produzcan al margen de la lógica productiva.
Por otro lado, los paraísos fiscales, lejos de suponer un espacio marginal de la globalización financiera, se han transformado en un espacio central de grandes movimientos de capital en el que confluyen e interactúan ”libremente” firmas y negocios legales con negocios ilegales de carácter criminal, con el trafico de drogas y de armas como estrellas que marcan las referencias de máxima rentabilidad. Sería interesante valorar hasta qué punto esos negocios criminales no están marcando la referencia del coste de oportunidad del capital en esos pretendidos “libres mercados” globales …

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ContinúaEste artículo de la serie "Acabar con la opacidad del sistema financiero y de los paraísos fiscales" (que reúne el texto base de la conferencia del mismo título ofrecida por Pedro Arrojo, profesor de economía y Premio Goldmann de Medio Ambiente, en la Universidad de la plaza, del 15M de Huesca), continúa en "Entre el colapso y la recesión prolongada" .

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